A veces el béisbol parece escribir su propio guion, y el de anoche en el T-Mobile Park tuvo acento dominicano de principio a fin. Luis Castillo desde la lomita, Jorge Polanco con el bate y Julio Rodríguez en el momento grande se encargaron de que los Marineros de Seattle volvieran a celebrar un triunfo de postemporada en casa después de 24 años.
Seattle derrotó 3-2 a los Tigres de Detroit en el Juego 2 de la Serie Divisional de la Liga Americana, igualando la serie 1-1 y desatando una fiesta que se sentía postergada desde 2001. Fue un juego tenso, de emociones contenidas, de pitcheo fino y de carácter. Un juego que se ganó más con corazón que con estadísticas.
Luis Castillo fue el primero en dejar su marca. El derecho dominicano lanzó cuatro entradas de calidad, con la intensidad que lo caracteriza y el control que lo ha convertido en el líder del staff. No se llevó la decisión, pero marcó el tono del partido y le dio a su equipo la oportunidad de competir. Cuando dejó el juego, el bullpen de los Marineros tomó el relevo y mantuvo a raya a Detroit, resistiendo cada amenaza con sangre fría.
En medio de esa batalla cerrada, Jorge Polanco encendió el estadio con su poder. El veterano dominicano sacó la pelota dos veces, en el segundo y en el quinto episodio, demostrando que la experiencia también tiene su propio tipo de brillo. Cada uno de sus batazos cambió el pulso del juego y le devolvió la energía al público, que llevaba más de dos décadas esperando un héroe de octubre.
Pero la historia tenía guardado un final especial. En el octavo inning, con el marcador igualado y la tensión al límite, Cal Raleigh conectó un doble que abrió la puerta. Y ahí apareció Julio Rodríguez, el rostro joven de la franquicia, el que parece hecho para los momentos grandes. Con un swing sólido y preciso, disparó un doble al jardín izquierdo que impulsó la carrera del desempate y desató una explosión de euforia que sacudió todo Seattle.
Julio corrió hacia segunda mientras el rugido del público lo envolvía. Era más que una carrera; era el peso de 24 años de espera cayendo al suelo. El mánager Dan Wilson lo resumió con claridad: “Este fue un juego de reacción, y los muchachos respondieron exactamente como se esperaba”.
Cuando cayó el último out, los jugadores se abrazaron y el público se quedó de pie, aplaudiendo sin parar. No era solo una victoria más; era el regreso de la esperanza. La ciudad volvió a creer, y lo hizo con tres dominicanos como protagonistas de una noche que se recordará por mucho tiempo.