El Gobierno dominicano anunció recientemente la posposición de la X Cumbre de las Américas, originalmente prevista para celebrarse en el país este año. La decisión se atribuye a las profundas diferencias políticas que atraviesan la región y a los efectos de fenómenos climáticos recientes que han afectado gravemente a varias naciones del Caribe.
De acuerdo con el Ministerio de Relaciones Exteriores, cuando República Dominicana aceptó organizar el encuentro en 2022, no se preveían las divisiones actuales que dificultan el diálogo entre los gobiernos del continente. Sin embargo, el clima político se ha tornado tenso, y muchos mandatarios habían manifestado su negativa a participar o sus reservas frente al evento.
El propio presidente Luis Abinader habría considerado que no tenía sentido celebrar una cumbre marcada por la ausencia de líderes clave o por enfrentamientos ideológicos entre países con posiciones opuestas. La medida, aunque pasó casi desapercibida a nivel internacional, fue bien recibida por la opinión pública dominicana, que interpretó el aplazamiento como una decisión prudente.
Entre los factores que precipitaron la posposición se encuentra la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua del encuentro, lo que generó tensiones diplomáticas y desincentivó la participación de otros gobiernos. Poco después, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, comunicó que no asistiría y que evaluaría enviar un representante de su cancillería. Canadá y Brasil también mostraron poca disposición a involucrarse activamente en el proceso.
No obstante, la pregunta que surge es si postergar la cita solo por unos meses será suficiente para revertir el ambiente de polarización. Muchos observadores consideran que hubiese sido más conveniente aplazarla de forma indefinida, hasta que existan condiciones reales para un diálogo constructivo entre las naciones del continente.
Desde su primera edición en 1994 en Miami —convocada por el entonces presidente estadounidense Bill Clinton—, las Cumbres de las Américas se concibieron como un espacio para fortalecer la democracia, promover los derechos humanos, impulsar la integración económica y consolidar las instituciones del sistema interamericano. En aquel momento, la región vivía un contexto de optimismo, con la expansión de los regímenes democráticos y la reciente incorporación de Canadá y los países del CARICOM a la Organización de los Estados Americanos (OEA).
Sin embargo, con el paso del tiempo surgieron profundas diferencias ideológicas sobre el modelo de desarrollo y la integración regional. El liderazgo de Hugo Chávez marcó un punto de inflexión al cuestionar la democracia representativa y promover el llamado “socialismo del siglo XXI”. Al mismo tiempo, países del Cono Sur, como Brasil y Argentina, rechazaron los intentos de crear un tratado de libre comercio continental, una postura que se hizo evidente en la Cumbre de Mar del Plata de 2005.
Treinta años después de su creación, el proceso de las Cumbres de las Américas parece estar en una encrucijada. La falta de consenso político y la creciente fragmentación regional han debilitado su propósito original. La posposición del encuentro en Santo Domingo refleja no solo un desafío logístico, sino también la necesidad urgente de replantear el papel de este foro hemisférico en un contexto donde el diálogo y la cooperación parecen cada vez más difíciles de alcanzar.






