EDITORIAL
El calendario insiste en llamarlo 22 de diciembre de 2025, pero la LIDOM sabe que hay noches que no pertenecen al tiempo. Esta es una de ellas. No se juegan partidos; se emiten sentencias. Y para los fanáticos del Escogido, las Estrellas y el Licey, el béisbol deja de ser entretenimiento para convertirse en una prueba de resistencia emocional.
Mientras las Águilas Cibaeñas (32-16) observan desde la cima con la clasificación asegurada, el resto de la liga se consume en una lucha descarnada. No hay medias tintas ni espacio para consuelos. Solo dos equipos saldrán de esta noche con oxígeno. Los demás quedarán a la intemperie, esperando que el calendario —siempre implacable— termine de dictar su suerte.
En el Estadio Quisqueya Juan Marichal, Estrellas Orientales y Leones del Escogido, ambos con 22-27, juegan algo que no aparece en el box score: la posibilidad de seguir siendo relevantes mañana. El que gane amanecerá en la tierra prometida. El que pierda se irá a casa hasta octubre.
La historia, como siempre, se sienta en primera fila. Rojos y verdes se conocen demasiado en escenarios límite. Tres finales los unen, con ventaja para el Escogido; duelos más recientes los han alternado en el papel de verdugo y víctima. En 2018-19, las Estrellas eliminaron al Escogido rumbo a romper una sequía de medio siglo. En 2024-25, los rojos devolvieron el golpe. Este año, la serie particular favorece a los verdes 5-4, una pequeña ventaja que esta noche puede pesar más que un batazo largo.
En el montículo, el mensaje es claro: sangre fría contra memoria. Travis Lakins, con 1.91 de efectividad, representa el control absoluto, el lanzador que no se descompone cuando el estadio contiene la respiración. Esmil Rogers, en cambio, lanza con el peso de los años y la experiencia. Su efectividad no impresiona, pero su récord sí. Rogers entiende algo que no enseñan las métricas: cómo sobrevivir cuando todo se derrumba alrededor.


Pero si el Quisqueya es un tribunal, San Francisco de Macorís es un patíbulo. Allí, los Tigres del Licey (21-27), bicampeones nacionales, enfrentan una posibilidad que hace apenas meses parecía impensable: quedar fuera sin siquiera llegar a la mesa grande. Últimos en la tabla, están obligados a ganar todo lo que queda. No hay mañana garantizado.
Enfrente están los Gigantes del Cibao (22-26), un nombre que suena grande, pero que este año ha tenido que inclinarse una y otra vez ante el poder del Licey. La serie particular 6-2 no miente. Una derrota hoy llevaría el Número Trágico azul a cero y dejaría a la franquicia más ganadora del país sin aliento hasta la próxima temporada. Para los Gigantes, en cambio, basta con un triunfo para cerrar la puerta y clasificar.
Radhamés Liz sube al montículo con la dignidad del veterano que no se esconde. Su 2.94 de efectividad es la última línea de defensa de un glorioso equipo azul herido. Del otro lado, Shane Greene, con 0.90 de efectividad ante el Licey, encarna el silencio incómodo del verdugo que no necesita discursos.
La historia vuelve a incomodar. En 2014, el Licey eliminó a los Gigantes en este mismo escenario con el jonrón eterno de Juan Francisco. También los venció en la final de 2008-09. Hoy, más de una década después, la memoria pesa, pero no lanza. El béisbol no respeta currículos ni vitrinas llenas de trofeos.

Y ahí está la verdad más dura de esta noche: nadie juega contra el pasado, todos juegan contra el presente.
Cuando caiga el último out, habrá fanáticos abrazándose en silencio y otros mirando al vacío, intentando entender en qué momento se escapó la temporada de las manos. No habrá términos medios. La LIDOM no concede empates emocionales.
Porque en noches como esta, el béisbol no premia la historia, no perdona el nombre, no respeta coronas. Solo espera… a que alguien falle, y el out 27 confirme lo inevitable.





